El pasado fin de semana fui con mi coro Góspel de La Lira de Pozuelo a Bilbao, para asistir el sábado 18/06/22 a un taller en Arrigorriaga.
Al pernoctar en el casco viejo amanecimos entre los balcones y cornisas de Bilbao mientras aún ponían las calles, rodeadas a su vez por cadenas montañosas, que es de las escenas que más me impresiona de Bilbao de siempre, que la vista te pasea libremente entre las fugas de las calles medievales hasta el verde de las montañas. Poco después de ponerlas, ya las estaban lavando.
Son calles salpicadas de indicaciones en piedra, como el nivel que alcanzó la inundación de 1983, o una estrella de granito rosa sobre el gris del pavimento que marca el único punto del casco viejo desde el que puede verse la Basílica de la Virgen de Begoña. La arquitectura tradicional es la típica del norte de España, con balcones y galerías acristaladas para aprovechar los rayos del sol. La catedral asoma entre las perspectivas de las calles, gótico de los s. XIV-XVI.
La ciudad cuenta con un tranvía en funcionamiento que deja sus cicatrices sobre el tejido urbano, en gran parte en paralelo a la ría en la que se ubican obras maestras como la enorme escultura de acero cortén de Jorge Oteiza de 1958 frente al Ayuntamiento, o el impresionante Museo Guggenheim de Frank Gehry, de 1997, con su fachada de titanio en la que ninguna placa es igual a la otra. Inevitable selfie con Puppy, escultura floral de Jeff Koons de 1992.
El taller en Arrigorriaga finalizó con una actuación en los soportales del ayuntamiento de la plaza del pueblo. La galerna hizo que por la tarde pasáramos de de 41 a 29 ºC en minutos, sorprendente.
También sorprendente que mientras fotografiaba algunos rincones con encanto como la parroquia de Santa María Magdalena, me entrara un jamaicano de nombre Kurt, creo recordar, entusiasta en sus piropos. Se ve que con 51 y sin teñirse, aún puede una estar de buen ver. O que algunos no soportan su soledad. Que cuándo me iba a ver de nuevo. “You are not going to, Kurt”, con una espléndida sonrisa. Me equivoqué, cuando me incorporé a mi grupo cantarín en una terraza, resultó estar sentado en la mesa de al lado, e incluso cantó con nosotros, antes de desaparecer cabizbajo por la plaza. Nuestro amor era imposible.
Por si no habíamos cantado lo suficiente, karaoke nocturno en Bilbao hasta casi romper el alba.
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