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Foto del escritorLoreto Barrios

Cascada de San Mamés


El sábado salí con mi club de montaña a la Marcha del Turrón; este año hemos ido a la cascada (o chorrera o chorro) de San Mamés, en el municipio de Navarredonda y San Mamés, dentro del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. A esta zona de la sierra norte madrileña la denominan “la sierra pobre” por contraposición con “la sierra rica” del oeste de Madrid, popular por la avalancha turística. Aunque yo la pobreza no la he visto, más bien al contrario, es rica en lugares, naturaleza, costumbres, gentes, historia, y un sinfín de cosas más.


Empezamos la ruta en San Mamés, pueblo que toma su nombre de la Ermita de San Mamés, que encontramos al principio de la ruta. En ella se coronó a Juana la Loca, hija de los Reyes Católicos, primera reina de las coronas que conformaron la actual España. Muy reconstruida tras la Guerra Civil, pero es original románica-mudéjar de los siglos XII y XIII. El mudéjar es el rico estilo autóctono de los musulmanes que permanecieron viviendo en la península ibérica tras ser reconquistada, marcado por el aspecto estético de la albañilería de tradición andalusí, donde destaca el ladrillo profusamente trabajado de forma decorativa.


Caminamos en paralelo, aunque a cierta distancia, del arroyo del Chorro por senderos de montaña. Por el camino pudimos ver ganado local, me llamó la atención un toro de orejas rubias peludas; por lo que he leído podría ser un bocidorado, por el pelo dorado en torno a la boca.



Disfrutamos de unas espectaculares vistas azules de la Sierra de la Cabrera y el Mondalindo a nuestra espalda, mientras ascendemos hacia la Casa del Leñador, que da inicio al pinar, donde avanzamos por pistas forestales. La especie es pino silvestre, que puede llegar a tener más de 40 m de altura, con helecho y acebo en el sotobosque.


La cascada es un salto de agua de más de 30 m de altura, que por la reciente climatología de los últimos días estaba bien nutrida de caudal.









Junto a la cascada descansamos para reponer fuerzas y comenzamos el descenso por otra pista forestal, de manera que la ruta fuera circular. Atravesamos otro pinar, impresiona ver algunos pinos caídos cuan largos son, invadiendo a veces los caminos.



Cruzamos varios pasos canadienses, ese ingenioso sistema de confinamiento selectivo hecho de barras metálicas paralelas en el suelo, que pueden atravesar vehículos y personas, pero que el ganado rehúsa cruzar.

Al llegar al pueblo de Navarredonda paramos a almorzar. A falta de figuritas para el belén, se hizo con productos navideños, que durante de los villancicos alegraron la jornada. Aunque no a todo el mundo; hubo que levantar el campamento a petición de una vecina que vio perturbada su siesta. Buena gente estos montañeros.


El retorno a San Mamés lo hicimos por la ruta del Robledal, de roble melojo con su característica hoja parda de otoño inundando los caminos y las ramas. Porque en el roble se produce el fenómeno de las hojas marcescentes, permanecen el árbol para protegerlo del frío durante el invierno. En total fueron más de 13 km, con un desnivel acumulado de 444 m. La ruta está salpicada de carteles informativos sobre la fauna y flora del lugar, incluyendo la riqueza micológica, dicen que es buen sitio para coger setas, si sabes hacerlo. En verano hay que tener cuidado con la peonía silvestre, de vistosas flores rosas a pie de roble, hermosa y utilizada antiguamente por sus propiedades medicinales, pero muy tóxica.


De vuelta a Madrid, ya motorizados, paramos a tomar un chocolate con churros (que se convirtieron en roscón) en Buitrago del Lozoya, a los pies de la Sierra de Guadarrama. Me dio tiempo a una rápida visita al casco urbano medieval. Es muy vistosa la muralla musulmana, construida en su origen sobre un meandro del río Lozoya en torno a los siglos IX y XI, cuando el sitio pasó a manos cristianas. La entrada de la muralla dispone de un acceso indirecto, con dos codos, bajo una torre; un notable ejemplo de arquitectura medieval militar junto con el castillo gótico-mudéjar del siglo XV.





Intramuros está la Iglesia de Santa María del Castillo, originalmente del siglo XV, de estilo gótico flamígero con torre mudéjar. No pude ver el interior, muy rehabilitado a lo largo de los siglos, y con un artesonado mudéjar original del siglo XV, procedente de un antiguo hospital desaparecido, queda para otra ocasión. También queda pendiente visitar el magnífico Belén Viviente, que este año no se ha realizado por motivos de seguridad sanitaria, pero del que me hablaron mucho.

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