Este puente he pasado unos días en el pueblo de mis amigos Rosa y Juan, disfrutando de la naturaleza, los animales y la gastronomía.
En la Sierra Norte de Sevilla y con nombre de raíces árabes, Guadalcanal posee gran riqueza tanto urbanística (su casco urbano es Bien de Interés cultural) como natural, con multitud de rutas de senderismo y ornitológicas, y considerado el más extremeño de los pueblos andaluces por su ubicación entre Andalucía y Extremadura.
En su honor recibirá su nombre la isla del pacífico que dará lugar a la decisiva Batalla de Guadalcanal en la Segunda Guerra Mundial.
Tierra de aceite, miel, quesos, aceitunas, alcornoque, aroma de parras, árboles coloridos, puestas de sol plenas de matices, donde se recoge corcho y se cría cerdo ibérico y cordero.
El guadalcanalense Andrés Mirón, hijo predilecto de la villa, escribió sobre una de sus iglesias:
Muros de la Concepción
donde el higuerón bravío
halla desidia y baldío
para la profanación.
A mayor aberración
le han hurtado las campanas.
¿Qué niños tendrá ya ganas
que jugar en el Cantillo
si no queda un monaguillo
que repique las mañanas?
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