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Foto del escritorLoreto Barrios

Teoría del Vacío: violencia juvenil

Actualizado: 9 jun



Entre los sucesos que nos desconciertan en la desescalada hacia la denominada “nueva normalidad”, uno de los más perturbadores puede ser el aparente incremento de episodios de violencia callejera juvenil en nuestras calles. Como voluntaria de Protección Civil y Cruz Roja, he vivido de primera mano cómo muchas familias han pasado etapas de angustia e incertidumbre, y cómo para algunos esto no ha terminado; más bien no ha hecho más que empezar.

La violencia juvenil es un problema mundial de salud pública según la Organización Mundial de la Salud (OMS) (recordemos la importancia de referirnos a fuentes fiables en la difusión de información sensible). Entre los factores de riesgo que la facilitan se encuentran el escaso compromiso con la escuela, el desempleo y la exposición a la violencia en la familia, todos ellos probablemente incrementados con la pandemia y el confinamiento en los últimos meses. Nuestros menores se han visto desvinculados de compañeros y profesores, les ha faltado ese elemento de cohesión, no es de extrañar que muchos de ellos se hayan sentido algo perdidos y confusos, especialmente si no han contado en casa con una disciplina y rutinas que les mantuvieran dentro de un marco de referencia. Y no todos los padres han podido hacerlo, muchos ni si quiera han sabido de su importancia. La UNESCO, el organismo de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, ya advertía sobre las consecuencias del cierre de los colegios.

Otras instituciones han avisado del aumento de la violencia doméstica durante estos mese, en los que la convivencia era insoslayable, o de cómo muchas familias han abierto los ojos a las adicciones de algunos de sus miembros, al alcohol, por ejemplo. Lo que antes era tomarse unas copas fuera de casa de repente no había cómo camuflarlo. Todo esto son variables desestabilizadoras para los menores, entre los que se ha detectado un incremento de ideas suicidas en las llamadas telefónicas de petición de ayuda.

A la dificultad de mantener unos hábitos saludables se suman otros asuntos delicados, como la cuestión género o la pobreza. Todos ellos contribuyen a que muchos jóvenes hayan pasado de una situación de riesgo a otra de clara emergencia. La propia Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha llamado la atención sobre la necesidad de incorporar la salud mental en las medidas a adoptar con la crisis del coronavirus.


El panorama que nos ha quedado de la gestión de la crisis es una sociedad con poca credibilidad en las instituciones, que impregna a los jóvenes aumentando su sensación de desconcierto. Los jóvenes siempre han buscado su identidad en los modelos de su alrededor fuera de casa, y hoy esos modelos son confusos, inciertos, o incluso beligerantes, si nos atenemos al clima político. ¿Qué esperanza cabe encontrar a un joven mirando ese paisaje? Se produce un vacío en nuestra juventud que si no puede colmar con experiencias sanas y adaptativas, buscará ser llenado con otro tipo actos que le hagan sentir que su existencia tiene sentido. Es la Teoría del Vacío. La búsqueda de un sentido. Y no se limita a la violencia, el vacío se llena con lo que más a mano esté, cualquier adicción, drogas, alcohol, comida…

La falta de referentes impulsa la necesidad de autoafirmación entre los iguales, en la aceptación de los pares. Y degenera fácilmente en violencia cuando los iguales están tan hartos como tú. En estos casos históricamente la violencia es un aglutinador que funciona bien, permite a los integrantes de un grupo (el intragrupo) sentir que su pertenencia justifica la condena de los otros (el exogrupo), a los que es fácil ver como culpables de los males que les afligen. Es la base de los populismos, extremismos, fanatismos.... Es algo emocional, antiguo, anclado en las estructuras más profundas de nuestro cerebro, sucede sin que nos demos cuenta, muchas de las reacciones son inconscientes y veloces, entrando en lo que se denomina un secuestro emocional y desencadenando actitudes agresivas que pueden sorprender incluso a los protagonistas.

Para intervenir sobre ello no bastan soluciones rápidas, hay que trabajar sobre las causas múltiples por medio de una intervención integral, a corto y a largo plazo, sin olvidar que el joven puede ser a la vez agresor y víctima, con toda la complejidad que ello supone. Hay que llenar el vacío con cosas buenas y adaptativas, para que no se nos llene de malos hábitos.



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