En 2016 yo era una mamá gorda y feliz. Aunque no del todo.
UN GIRO DE 100 KG
Vale, le doy un giro, se lo doy a mi vida. Peso unos 100 kg (según el día, 102, 99, por ahí anda la cosa). Veeeeeenga a superar historias toda mi existencia, y esta se me resiste como una sanguijuela, ahí adherida, esa hematófaga que puede absorber hasta cinco veces su tamaño, que se pega y ahí se queda, la joía. A ver, chica, ¿qué esperas de un gusano sino que haga su vida?
Y veeeeeenga a saber que lleno con comida un vacío interior que con comida no se llena, por eso sigo comiendo y sintiéndome mal, vistiéndome con sacos talla elefante, avergonzándome y argumentándome que tengo muchas virtudes, y ocultando mi bochorno muy profundo, muy profundo; al otro lado de las fotos delatoras como si fuera el otro lado del espejo. Y soy simpática, lista, buena gente, hasta mona, hipertróficamente mona con un tremendo estilo monstruoso al verlo en una instantánea insospechada, pero mona al fin, porque soy maja. Y un asco también. Y mira que me trabajo. En lo emocional, digo.
Y he aquí que por distintas vías llego en un momento dado a plantearme –una vez más, cierto, que una no ceja en el empeño- que voy a dar un giro a mi vida. Esta vez hago algo diferente. Una tontería, probablemente. Me apunto a unas oposiciones a policía nacional, con unas pruebas físicas que exigen estar estrepitosamente en forma. Venga ya, que tengo 46 tacos y mis compañeros opositores veintipocos. Cuanto más tonta la idea más me aferro. No sé si pintaría algo en la academia de Ávila con chavales que podrían ser mis hijos, ni si quiero en realidad estar allí, pero sí sé que me ofrece una meta y la ilusión que me hacen falta. Invierto en mí, uau, yo ni sabía lo que era eso, abnegadísima madre de familia numerosa, pero ahora sé que toca. Y no sé cómo lo sé, en realidad, solo siento una pulsión de que es el momento. Benditos marido y tres hijos que me retornan el apoyo incondicional que han recibido durante gordos años.
Total, que ahí que voy, la vaca Paca, a buscar un entrenador personal que en tres meses me ayude a preparar las opos. Y veo las caras de incredulidad, pero a mí plin. Y me pongo a trabajar en mí misma en un triple abordaje; mi dieta, mi ejercicio y mi psicogordura. Y me visualizo como un cañón. Toooooodos los días. No, ya lo adelanto, no pasé las opos, pero sí adelgacé y cambié de hábitos a otros más sanos, que era mi verdadero objetivo. Y en el camino descubrí una serie de interesantísimas cosas sobre mi persona. Resulta que soy un animal sexual. Cachis, va a ser que Freud sabía cosas. Y este animal escondía su sexualidad bajo 30 kg de panículo adiposo que le permitieran mantener una púdica imagen de sí misma. Ahí es todo.
Cierto que no he llegado al fondo de la cuestión, cierto que a veces retomo unos cuantos de ellos y tengo que volver a buscarme en mi propia mirada. Pero he respirado sensaciones que creía de un pasado inalcanzado, de una adolescencia que no se me concedió vivir y creía desaparecida en la bruma de mi dolorosa confusión que mi yo adulta no sabía cómo resolver. Porque vaya tela; bueno, bueno, bueno…, las risas que te puedes echar en una pubertad cercana a los 50, con un desparpajo digno de un infante. Vamos, que había decidido que no era vieja, que no me daba la gana de serlo y no lo era. Fascinante cómo cambia el comportamiento del sexo opuesto. Jocoso que las mamás del cole no te reconozcan por la calle. Difícil transmitir la sensación de compartir ropa con mis hijas adolescentes. Lamentable el desagrado de mi madre y hermanas cuando me vieron delgada, y eso que iba mentalmente preparada, oye. Inexplicable la sensación de libertad de entregarte a una sexualidad plena. Amor, cuánto amor… Qué difícil llenar esos vacíos lóbregos e inasibles. Qué sensación de irradiar cuando miras los logros.
La sanguijuela, antaño mi aliada, se ha usado con fines curativos durante milenios. Era mi medicina, qué sabía yo. Ahora tengo otros mecanismos y afronto distinto. Incluso enseño a otros cómo hacerlo. Su triunfo es mi triunfo y me ayuda a mantenerme, que esto hay que trabajarlo de continuo, que como te dejes estar patinas y deslizas con celeridad y obstinación a tu lado tenebroso otra vez. No deja de resultarme curioso lo crucial de explorar mi lado oscuro con cuasi descaro o descaro íntegro para salir del bucle. Resulta que negar tu lado oscuro o aquello que crees que lo es te sume en una sima muy honda. Abisal. Que el equilibrio está en la aceptación de tus dimensiones. Y a su vez esto supone un canto a la tolerancia, porque sientes que no eres nadie para juzgar a los demás. Amor, mucho amor, y aceptación. Y al amarte y aceptarte con tus limitaciones comprendes las de los demás. Qué fantástico viaje. Qué fantástico viraje. Vaya giro a mi vida.
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