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PARADIGMA. PSICOSOCIOLOGÍA POS-COVID.

Actualizado: 20 feb 2022

Dra. Loreto Barrios

Investigadora y divulgadora científica. Arquitecta por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) 1997. Doctora por la Universidad de Alcalá (UAH) 2016. Psicóloga por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) 2018.


RESUMEN

Se realiza un abordaje multidisciplinar a la situación psicosociológica que la pandemia del COVID-19 ha sacudido y sigue removiendo de forma global en tantas áreas de la vida, para ayudar a enfocar la perspectiva en los términos multidisciplinares en torno a la economía industrial que nos ocupan. Partimos de una situación que se considera un revulsivo y procede un repaso de otras situaciones singulares que ha supuesto cambios sustanciales a lo largo de nuestra existencia, desde la historia, la economía, la política, lo psicosocial, la ciencia y la tecnología, entre otras intersecciones.

Palabras clave

Paradigma, Psicosociología pos-covid, COVID-19, pandemia, coronavirus, economía industrial.


ABSTRACT

A multidisciplinary approach is carried out to the psychosociological situation that COVID-19 pandemic has shaken and continues to remove globally in so many areas of life, to help focus the industrial economy’s perspective that concern us. We start from a situation that is considered a shock, and it is necessary to review other unique situations that have involved substantial changes throughout our existence, from history, economics, politics, psychosocial, science and technology, among other intersections.

Key words

Paradigm, post-covid psychosociology, COVID-19, pandemic, coronavirus, industrial economy.


Clasificación JEL:

A Economía general y enseñanza

A1 Economía general

A12 - Relación de la economía con otras disciplinas

A13 - Relación de la economía con los valores sociales


Al tratar de estructurar la información que quería transmitir en este artículo me he encontrado una y otra vez con que todos los epígrafes se entrelazaban en una suerte de miscelánea policrónica. La presentación final responde a una sana intención organizativa, más que a una verdadera separación de materias, inviable desde una perspectiva multidisciplinar y transversal como la que se aborda. La intención es realizar un abordaje a la situación psicosociológica que la pandemia del COVID-19 ha sacudido y sigue removiendo de forma global en tantas áreas de la vida, para ayudar a enfocar la perspectiva en los términos de economía industrial que nos ocupan. Partimos de una situación que se considera un revulsivo y procede realizar un repaso de otras situaciones singulares que ha supuesto cambios sustanciales a lo largo de nuestra existencia.


LA HISTORIA


Son muchos los estudiosos que han investigado el asunto del colapso de las civilizaciones, o al menos, sin ser derrotista, la natural evolución de estas. Podemos referirnos, pues, a la historia en el sentido más amplio, lo que algunos investigadores denominan las “gran historia”, materia multidisciplinar que se remonta al origen del universo, aunque de las muchas causas que se consideran posibles como final de la civilización, vamos a dejar fuera las cosmológicas y exploraremos algunas que entran en el ámbito de nuestra intervención, al menos hoy en día.


Ya en el siglo I el filósofo, autor y político romano cordobés Séneca (Lucio Anneo Séneca, llamado Séneca el Joven), describía en las Cartas a Lucilio una tendencia en la evolución de las civilizaciones rápida en su declive[1], dando lugar al que hoy el químico italiano Dr. Ugo Bardi denomina el Efecto Séneca (Figura 1), que aplica a la situación del planeta.



Figura 1. Efecto Séneca. Ugo Bardi, 28/08/2011. Recuperado de: https://cassandralegacy.blogspot.com/2011/08/seneca-effect-origins-of-collapse.html


El historiador británico Arnold J. Toynbee publicará entre 1934 y 1961 en doce tomos Estudio de la Historia, describiendo su teoría cíclica común sobre las 19 civilizaciones que aborda. Expone el declive por el deterioro de la minoría creativa, que degenera en una minoría dominante asociada a la incapacidad de la sociedad de resolver los problemas. Es curioso contemplar cómo el poder corrompe y degenera afectando a toda la sociedad en conjunto con un cisma del cuerpo social. Los que trascienden lo hacen gracias a una mirada interior espiritual que permite levantarse de nuevo, sobre valores compartidos.


La dinámica de poblaciones nos cuenta que, en ausencia de limitaciones, el destino natural de una población es su crecimiento según una curva exponencial, lo que parece venir produciéndose desde los albores de la humanidad (Figura 2). Con similar tendencia, por cierto, al desarrollo tecnológico o del progreso humano (Figura 3).



Figura 2. Curva de crecimiento poblacional (2019). Recuperado de: https://ourworldindata.org/world-population-growth



Figura 3. Curva exponencial del progreso humano (2016). Fuente: Singularity University, “El poder del pensamiento exponencial”. Recuperado de: https://www.lampadia.com/analisis/desarrollo/indicadores-de-la-historia-del-bienestar/


Esta tendencia no se prolonga sine die, las proyecciones a futuro de la ONU ya prevén un estancamiento progresivo de la curva en las perspectivas de 2019 (Figura 4). También desde la cliodinámica (la esfera multidisciplinar que modela matemáticamente los procesos histórico-sociales a largo plazo), algunos autores apuntan a un estancamiento del crecimiento (Korotáyev et al., 2006), con un modelo hiperbólico más que exponencial.



Figura 4. Perspectivas de la población mundial (2019). Fuente: ONU, Departamento de Asuntos Económicos y Sociales. Recuperado de: https://population.un.org/wpp/Graphs/Probabilistic/POP/TOT/900


En lo que respecta al desarrollo, son varios los autores que dscriben los distintos hitos del crecimiento, como el escritor estadounidense Alvin Toffler, en La tercera ola, de 1979. O el sociólogo y economista estadounidense Jeremy Rifkin, asesor en la ONU, la Unión Europea y varios gobiernos internacionales. También el filósofo de la administración austríaco Peter F. Drucker avanzaba en La era de la discontinuidad de 1969 el concepto de la sociedad de la información y del conocimiento como la cuarta en las eras de la civilización, noción de innegable actualidad con la globalización e internet. Grosso modo coinciden en las revoluciones de la antigüedad, con distintos acercamientos a las sucedidas tras la revolución industrial del s. XIX, pero puesto que la intención no es una descripción exhaustiva sino encontrar líneas generales comunes para la humanidad, creo que podemos simplificar de la siguiente manera; pues ya decía el sociólogo alemán Ulrich Beck que el arado, la locomotora a vapor y el microchip son indicadores observables de un proceso social profundo (Beck, 1992, p. 50), que es el que nos ocupa.


- Primera revolución, agrícola, en torno al 4.000 a. C. El arado. Ante una sociedad cazadora y recolectora, surgen el comercio, sedentarismo, transformación del medio, domesticación, trabajo, crecimiento demográfico y estructuras sociales para organizar el crecimiento.


- Segunda revolución, industrial, iniciada en el s. XVIII. La máquina de vapor, que se suele comparar con la imprenta de Gutenberg del s. XV. Aparecen la tecnología, urbes, transporte, máquina, producción masiva y en serie, comunicación en masa, prensa, radio y TV. Algunos matizan una segunda revolución industrial a principios del s. XX, con la energía procedente de combustibles fósiles, el automóvil y el motor de combustión interna.


- Tercera revolución, la actual, y por tanto sobre la que hay más divergencia, al faltarnos aún la perspectiva del paso de los años; por tanto especulativa en cierto sentido. Se inicia aproximadamente en 1950, aunque los hitos son más apreciables en torno a 1970. Se la denomina revolución digital, tercera revolución industrial, revolución científico-tecnológica, revolución de la inteligencia, era de la información, sociedad o economía del conocimiento…. El objeto es el microchip. Se está viviendo un cambio de paradigma, un cambio histórico basado en internet, la globalización, el desarrollo tecnológico. Se habla de posmodernidad en términos sociológicos, como movimiento heterogéneo crítico y plural, representado por las artes, arquitectura (Figura 5), cine (Blade Runner, 1982; Matrix, 1999) o literatura (El nombre de la rosa, 1980). Para la empresa el reto parece transformar a los trabajadores en creativos, o a mi entender dejar que fluya su natural creatividad sin constreñirla. Para la sociedad en conjunto se vive una permanente crisis, incertidumbre, falta de valores. Surge el asunto de la privacidad y los datos, las fake news, la desinformación por exceso de información. Retos energéticos: las renovables, el hidrógeno o las pilas de combustible.



Figura 5. Mito Art Tower, Arata Isozaki, 1990. By Korall - Own work, CC BY-SA 3.0. Recuperado de: https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=4835780


En esta tesitura es interesante volver de nuevo la vista a las interpretaciones de los historiadores, que como escribía el filósofo español George Santayana en La vida de la razón, de 1905, los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo (Santayana, 1958, p. 96).


El antropólogo e historiador estadounidense Joseph A. Tainter, en El colapso de las sociedades complejas, de 1988, describe el inevitable colapso en 30 sociedades civilizadas por agotamiento de recursos y crecimiento incontrolado. Los problemas se solucionan aumentando la complejidad del sistema social, lo que es eficaz en principio hasta un punto no rentable, según la ley rendimientos decrecientes, principio fundamental de la economía. La innovación es aquí un elemento fundamental para la propia supervivencia del sistema. El autor lo muestra en un gráfico que reproducimos (Figura 6). Viene a explicar que el incremento de complejidad en determinado momento ya no es rentable, asumible o posible para la sociedad, produciéndose su colapso.



Figura 6. Rendimiento marginal del incremento de complejidad. (Tainter, 1988, p. 119).


Es curiosa la similitud de esta curva con otras procedentes de campos muy distintos. En 1936 el fisiólogo austrohúngaro Hans Selye publicó someramente lo que denominó el Síndrome General de Adaptación, sobre el que en 1946 volvería a escribir usando la palabra “stress” (Selye, 1946) (Figura 7). Había identificado la similitud entre los síntomas que observaba y lo que sus compañeros de residencia, ingenieros, le contaban sobre la fatiga de materiales (Figura 8). Simplificando un poco el recorrido, podemos decir que los materiales dúctiles son deformables dentro de un rango en modo elástico, lo que significa que si finaliza la tensión, el materia recupera su forma original; es el tramo rectilíneo ascendente. A partir de un determinado punto, el límite elástico, ya no se recupera la forma, y si se sigue incrementando la tensión se alcanza el límite de rotura en el que la estructura colapsa. El proceso es muy similar al que produce el estrés en las personas, que lo pueden soportar en determinadas condiciones que les permitan recuperarse, pero si se superan los límites las personas enferman literalmente. En realidad el término era “strain”, tensión, pero la falta de dominio del inglés de Selye le llevó a escribirlo “stress”, como más tarde reconocería en sus memorias, y para cuando lo quiso corregir ya se había popularizado como un neologismo, de manera que en realidad debemos la palabra estrés a un acto serendípico.



Figura 7. Curva de estrés, Hans Selye, 1946. Recuperada de la Nota Técnica de Prevención NTP 355: Fisiología del estrés, 1995, Ministerio de Trabajo y Economía social de España.



Figura 8. Diagrama de tensión-deformación del acero. Recuperada de http://mecatronica4b.blogspot.com/2011/11/diagrama-esfuerzo-deformacion-unitaria.html


Como vemos, tanto el gráfico como la explicación del proceso se asemejan; el aumento de complejidad se puede producir hasta un punto determinado en el que la falta de rentabilidad lleva al colapso. Es como si la curva de agotamiento de un material, de una persona o de una economía siguieran procesos similares; lo que permite comprenderos mejor. Algo así como los fractales, esa geometría que se repite en la naturaleza a diferentes escalas, desde un copo de nieve al romanesco o la concha de un nautilus, con la serie de Fibonacci. Comprender la geometría o física subyacente a distintos procesos indica una universalidad común que da pie a trabajar sobre ellos, puesto que se pueden encontrar leyes comunes de comportamiento.


Otro conocido autor, el geógrafo estadounidense Jared M. Diamond, ganador del Premio Pulitzer en 1998[2], publicó en 2005 Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Expone que casi todas las causas históricas son ambientales (hábitat, agua, sobreexplotación de recursos, huella ecológica), mientras otras son sociales (aumento de población, hostilidades tanto internas como externas o pérdida de comercio). Las nuevas causas en su mayoría también apuntan a origen ambiental como el cambio climático y la contaminación del medio ambiente o el consume energético. En los casos de éxito el factor común parece la toma de conciencia de la situación y la adopción de medidas alternativas a la situación de colapso. Propone la educación y adopción de medidas conjuntas entre los distintos estamentos para evitar crisis ambiental y social, centrándose en lo ecológico más que en lo cultural, porque el descuido de lo ecológico puede levar al colapso.


La historia cuantitativa utiliza herramientas informáticas y estadísticas para la investigación de los datos, procedentes de fuentes demográficas, políticas, económicas u otras. En 2014 unos investigadores usaron un modelo de predicción matemático de la NASA, el HANDY, para analizar factores clave del colapso. Consideraron la interacción entre la población (dividida entre élites y plebeyos), recursos naturales y la falta sostenibilidad en factores físicos y sociales (Motesharrei et al, 2014). Una de sus conclusiones es que la sobreexplotación del medio y la fuerte estratificación social resultan en colapso (Figura 9).



Figura 9. Colapso irreversible en desigualdad social (Motesharrei et al, 2014, p. 98). En el original, Figura 6 parcial. Recuperada de https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0921800914000615


En general, entre distintos autores, vemos unas corrientes lineales de crecimiento que se consideran imparables, frente a otras cíclicas. A las lineales se las acusa de acogerse al mito del progreso para sustituir los mitos de la religión. Frente a ellas, las corrientes cíclicas o sin tendencia, son más comunes entre sabios de la antigüedad de múltiples culturas.


Por otra parte, el historiador de la medicina Frank Snowden (Hackenbroch, 2020), nos recuerda que otras grandes epidemias han supuesto el final o, al contrario, la oportunidad de algunas civilizaciones. Fue el caso de la fiebre amarilla en EE. UU. en 1803, la plaga Atenas en la antigua Grecia, la malaria para la caída del imperio romano, la viruela para los Estuardo en Gran Bretaña, o el tifus y la disentería para los soldados de Napoleón en Rusia.


En la actualidad, frente a muchos catastrofistas y precursores de futuros distópicos, figuras como el paleoantropólogo español Juan Luis Arsuaga sostienen que la humanidad ha sobrevivido y se ha adaptado a multitud de cambios a lo largo de su historia (Arsuaga, 2020). De esta forma, una perspectiva más amplia que la puramente histórica nos recuerda que el humano, el único género homo no extinto, tiene unos 300.000 años de vida sobre un planeta al que se le estiman 4.500 millones de años; un año de pandemia es apenas un suspiro. Hace unos 320.000 años nuestra especie tuvo un salto evolutivo sustancial en África Oriental por un brusco cambio de las condiciones externas. La inestabilidad del ecosistema impulsó el desarrollo de innovación tecnológica, comercio en forma de intercambio con grupos distantes, y comunicación simbólica. Probablemente somos la especie más adaptable, tanto biológica como culturalmente (Potts et al., 2020). Y esto no es una foto fija, continuamos evolucionando, como muestra la arteria mediana del antebrazo, cuya prevalencia se ha incrementado notablemente en los últimos 250 años (Lucas et al., 2020).

Probablemente estas posturas no tengan por qué ser contrapuestas. El principio de incertidumbre de la mecánica cuántica nos explica desde 1927 que no es posible observar un sistema sin influir en él, así que cualquier vaticinio catastrofista ha podido alterar el curso de los acontecimientos.


LO ECONÓMICO


Antes de retomar el asunto del posible colapso conviene destacar que en los últimos años (2002, 2005 y 2017), varios Premios Nobel de Economía hayan recaído sobre cuestiones psicológicas como la toma de decisiones, la teoría de juegos y la economía conductual. Los dilemas morales como el del tranvía ilustran estos asuntos, que en última instancia impregnan también, por ejemplo, la tecnología bélica.


Dentro de las teorías del colapso energético, que vienen más o menos a vaticinar una catástrofe maltusiana, podemos mencionar las Ondas de Kondratieff investigadas por Schumpeter, que se estima suceden cada 40-50 años y aparejan cambios sociales. Según esta teoría en pocos años podríamos estar en el inicio de una nueva primavera impulsora, con crecimiento económico fruto de la “destrucción creativa”, que impulsa la “innovación disruptiva”. Sin relación alguna con ello, algunos científicos futuristas de la singularidad prevén para 2045 fenómenos como el final de la muerte como posibilidad científica, por superación del envejecimiento y capacidad de alargar la esperanza de vida de forma indefinida (Cordeiro & Wood 2018). Otros autores como el economista y sociólogo Jeremy Rifkin proponen las renovables, y el hidrogeno como modelo de almacenamiento; otros investigan las pilas de combustible. El tiempo dirá si se hacen realidad, como en su momento sucedió con la revolución industrial, el ferrocarril, la electricidad, los automóviles o internet, que han sido las innovaciones rectoras de las cinco olas previas registradas.


Si se alcanzara esa hipotética eliminación del envejecimiento pudiera parecer otra huida hacia adelante, sin resolver, por ejemplo, el exceso de población sino al contrario, aunque también habría mayor sabiduría para la toma de decisiones en la población. A este respecto es interesante reflexionar sobre la relación entre edad y sabiduría (quizá de ahí la pertinencia de los consejos de ancianos tan comunes transculturalmente), y sobre aquello de que el dinero no da la felicidad. En la Universidad de Harvard el psiquiatra estadounidense Robert J. Waldinger lleva más de 80 años elaborando un estudio longitudinal[3] sobre la felicidad. Sus conclusiones exponen que la felicidad se obtiene básicamente por tener buenas relaciones, no por el dinero o la fama como puede creerse en las etapas iniciales de la vida; quienes las tienen son más felices, más sanos y viven más. En línea similar una investigación llevada a cabo en 164 países apunta a un nivel de ingresos en torno a 60.000-75.000 $ anuales (50-60.000 €) -obviamente con diferencias por zonas-, que produce un bienestar emocional, y que superar determinado umbral de saciedad de ingresos produce una disminución de felicidad (Jebb et al, 2018). Otra reciente investigación del Instituto Max Plank de Investigación Demográfica, en Alemania, concluye que ser generoso correlaciona con una mayor longevidad; las personas viven más tiempo en sociedades que comparten sus recursos, con independencia del PIB (Vogt et al., 2020). No puedo dejar de llamar la atención aquí sobre las relaciones personales; como casi todo en la vida, si se quiere algo de calidad, hay que trabajarlo. Hay quien se siente tentado por ir a lo fácil y piensa que la clave reside en encontrar a las personas especiales que te hacen feliz. No funciona así, las relaciones hay que construirlas, no explotarlas, y por obvio que resulte, supone una asunción de responsabilidad a la que no todo el mundo está dispuesto, y cuando las cosas van mal prefieren culpar a la vida por haberles dado malas cartas.


Continuando con las curvas de colapsos y su conexión con las relaciones humanas, hay un gráfico interesante sobre las crisis bancarias de los últimos años en el libro de 2009 This time is different: Eight centuries of Financial Folly, de los economistas estadounidenses Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff (Figura 10).



Figura 10. Número de países que tienen una crisis bancaria en cada año desde 1800 en adelante (Reinhart & Rogoff, 2009). Recuperada de DavidMCEddy - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=24677824


El libro maneja información de unos 70 países, y el gráfico, que representa la figura 10.1 del libro, destaca la ausencia de crisis durante los acuerdos de Bretton Woods (1944-1971), acuerdos financieros de las Naciones Unidas orientados a la paz tras la Segunda Guerra Mundial. Su finalización coincide aproximadamente con el inicio de lo que el economista estadounidense y premio nobel de economía en 2008 Paul R. Krugman denomina la “gran divergencia”, referida a la desigualdad de ingresos y por tanto social, y que se entiende aún vigente.


Respecto a nuestro país, distintas fuentes indican que España es de los mejores países del mundo para residir por su calidad de vida, pese a la crisis económica y sanitaria, los escándalos de corrupción y la crispación política. Falla en las oportunidades profesionales que ofrece, lo que se aprecia en la fuga de cerebros.


Como hemos visto en el epígrafe anterior, es posible que nos encontremos en la era del conocimiento, en la que la creatividad y la innovación son sustanciales. En cualquier caso, en los últimos cuarenta años se ha producido un desplazamiento en la proporción del capital financiero respecto al social e intelectual, que según algunos autores pasa de ser de un tercio en 1980, al doble en la actualidad. El economista estadounidense Hyman Minsky decía que las semillas de las próximas crisis se plantan en épocas de bonanza, cuando los agentes se vuelven complacientes. Tratamos cuestiones que van más allá de números y estadística. Como nos recuerda el economista turco Dani Rodrik, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2020, la economía es una ciencia social, por tanto no es una ciencia exacta. Podemos reflexionar sobre el dilema del prisionero, quizá si se explicara con mayor difusión las personas sabrían que se obtiene el mayor beneficio común en la cooperación. No hace tanto tiempo que la violencia intrafamiliar era considerada algo que te había tocado y con lo que tenías que aguantarte; hacen falta campañas formativas y el paso de algunos años para que la educación vaya calando en una sociedad. Podemos hablar del óptimo de Pareto y del equilibrio de Nash, del concepto de bien común y de rivalidad. Los principios deben tener ventajas que les permitan sobrevivir, y es potestad de las sociedades concederles su espacio por saber de su utilidad. El concepto de licencia social se abre camino. No es sostenible la desigualdad. Algunos autores como Stephen R. Covey apuntaban ya en 1989 hacia un modelo de empleado con un trato más igualitario con la empresa, donde es un solucionador de problemas que se esmera en la puesta de valor; donde la empresa, por su parte, necesita de esos servicios, sin dependencia, con responsabilidad para ambos. Postula una sociedad más evolucionada, la sociedad de la sabiduría, en la que los acuerdos se entienden como win-win o no hay trato, donde abusar del otro no es opción porque no es sostenible (Covey, 2003, p. 133). Lo sostenible como fundamento profundo de la ética, fomentando la interdependencia más allá de la independencia, con una especie de liderazgo en red basado en la comunicación y la confianza como centro gravitacional alejado de la mera administración de personas. Otros en la actualidad señalan la transición de productos a servicios, de la posesión al uso, del ahorrador al inversor, una evolución hacia economías colaborativas (Cano, 2021). También el tiempo nos dirá si modelos como este son utopías idílicas, pero en todo caso parecen basarse en la confianza, y la pandemia puede haber dado un empujón a algunas de ellas con, por ejemplo, la normalización del teletrabajo, que, por cierto, puede suponer una oportunidad para la España vacía y el cambio climático.


El asunto de los valores parece sonar muy poco práctico, pero la investigación nos muestra otra perspeciva. La meta, un clásico en gestión de operaciones, del físico israelí y gurú del managementEliyahu Goldratt, en 1984 expone cómo resolver el cuello de botella, sabiendo que el más lento del grupo determina la velocidad del conjunto (Goldratt, 2005, p. 121). Pocas cosas hay más prácticas que un doctorado en Física de un experto en sistemas de producción. Y sin embargo el mensaje es el mismo que siguen los hombres azules del desierto en las caravanas; el primero es el que marca el ritmo. Los valores individualistas no tienen que estar tan alejados de los colectivistas. Es un error común entre los occidentales el etnocentrismo, el considerar que nuestra cultura es superior, y por tanto podemos y debemos imponer nuestro criterio a otras culturas, en una suerte de soberbia ignorante. Pero otras etapas de nuestra historia nos muestran que la riqueza de la fusión permite alcanzar cotas muy superiores de conocimiento y desarrollo, como podemos recordar en nuestra medieval España de las tres culturas. Es algo que en las artes es fácil de observar, especialmente en la música, que se difunde con tanta rapidez; la cantante Rosalía podría ser un buen ejemplo.


Al principio de la pandemia entre los sectores financieros se hablaba mucho del cisne negro que nos había caído, aludiendo al concepto popularizado por el filósofo e investigador libanés Nassim Taleb, referido a algo que no se ha podido prever porque se pensaba que no existía. No era así, sino más bien lo que la periodista financiera norteamericana Michele Wucker denomina un rinoceronte gris, algo enorme y que sabiendo que está ahí, no tomas medidas suficientes o ignoras su existencia. Es bien conocido que figuras como Bill Gates, el Foro Económico Mundial y la propia Organización Mundial de la Salud avisaban años y meses antes de que estallara la pandemia, de las posibles consecuencias fatales de un patógeno respiratorio letal de rápida propagación. Pandemias ha habido y habrá a lo largo de la historia, y debemos estar preparados.


LO POLÍTICO


El COVID-19 nos ha mostrado un resultado llamativo a la par que evidente resaltado por los medios de comunicación nacionales e internacionales; siete de los diez países que mejor han transitado por la crisis sanitaria y económica están liderados por mujeres (Figura 11), aunque su proporción es notoriamente inferior respecto a los varones (Wittenberg-Cox, 2020). La cuestión de género, pues, otra vez sobre la mesa, quizá en relación con el narcisismo del liderazgo, que parece ser menos frecuente entre las féminas, quizá más dadas por naturaleza a cuidar que a necesitar demostrar su valor. Y esto tiene su importancia, entre otras cosas, porque en un ambiente político sano pueden plantearse los legítimos debates sobre valores que van surgiendo, mientras que en uno crispado todo consiste en la propia supervivencia política del líder. Dos han sido, a mi parecer, las cuestiones que se han producido: el dilema entre medidas de salud pública y ahogamiento de economía, y el dilema responsabilidad personal frente a medidas normativas, y quizá merezcan mayor atención que la prestada, porque son debates sobre valores, y las sociedades deben decidir cuáles son los suyos.




Dos personas pueden discutir durante muchísimo tiempo por una calabaza antes de darse cuenta de que una solo quiere el relleno para un pastel, y la otra la corteza para una decoración. Incluso después de saberlo pueden estar tan enconados en sus posturas, que sea más importante para ellos aplastar al otro o no reconocer una derrota, que conseguir lo que realmente se quería, y de esa manera lo personal interfiere en el verdadero objetivo. Ante la falta de madurez que se ha visto en el panorama político, cabe preguntarse si no sería útil que nuestros políticos pasaran unas pruebas psicológicas, habida cuenta de la importancia de las decisiones que toman sobre la vida de millones de personas. Pruebas que, por otra parte, los miembros de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado han de pasar, e incluso los que tienen mascotas de determinadas razas, por las posibles consecuencias de sus actos, que son mucho menores que las de los políticos. Cierto que el sistema se autorregula, expulsando a determinadas personas, pero no es menos cierto que hasta que lo hace, las implicaciones pueden ser de gran envergadura.


En otro orden de cosas, mucho se ha hablado sobre si todo esto del coronavirus era una guerra comercial encubierta entre China y EE. UU. El panorama geopolítico muestra fortalecimiento en China, falta de protagonismo europeo, y pérdida de liderazgo en los Estados unidos. Pero puede que no sea realmente tan importante saber si ha sido provocada o accidental, puesto que a los efectos ha servido como un ensayo de guerra biológica, y hemos comprobado los efectos devastadores que puede provocar a escala global sobre las vidas y la economía mundial; sin destruir una sola infraestructura el planeta se ha paralizado. La ONU nació tras la Segunda Guerra Mundial cuando se fue consciente del poder devastador de la humanidad y la fragilidad de nuestro sistema. La lección ahora es tomar conciencia de la amenaza actualizada que el hombre puede suponer para el hombre y tomar medidas en consonancia.


LO PSICOSOCIAL


Uno de los aspectos más dolorosos de la crisis sanitaria ha sido no poderse despedir de nuestros mayores, los duelos inconclusos que no permiten cerrar y continuar con la vida. Durante el confinamiento la situación era lo suficientemente confusa como para que el instinto de supervivencia prevaleciera, pero con posterioridad el trauma aflora con crudeza. El trato ha sido diferencial entre sociedades colectivistas e individualistas; en las primeras se desgarraban por no poder asistir a los mayores que nos habían sustentado, parte nutricia de nuestra sociedad, mientras que en las segundas se defendía que los ancianos debían morir en sus casas para no penalizar el futuro de los jóvenes. Han aflorado materias profundas de ética, más allá de un aplauso compartido a algunos colectivos, que no se sabe en qué queda una vez pasada la crisis.


Mi investigación personal y profesional me ha llevado a reflexionar sobre debilidades personales que se llenan con cuestiones insanas como drogas, alcohol u otras adicciones, violencia e incluso terrorismo suicida, que pueden ser una manifestación de un problema interno, un vacío interior que cada persona tiende a llenar con un suministro externo de algo que en realidad nunca lo llena. Publicado en prensa digital con el nombre de teoría del vacío (Theory of Vacuum), (Barrios, 2020), es la búsqueda de un sentido que se intenta con lo que más a mano se tiene, pero que al no satisfacer en su esencia ese vacío, nunca es suficiente, por lo que es realmente difícil salir del bucle adictivo, y explica situaciones voluntariamente contradictorias con el bienestar.


Las personas con ese vacío son muy manipulables por otros que lo perciben y aparentan ayudarles llenándolo por la vía rápida de las emociones, lo que en ocasiones explica la facilidad del populismo en la política, con sucesos que a posteriori o para una población formada con otros criterios, resultan incomprensibles. No hace tanto tiempo que la deprimida Alemania de posguerra elegía democráticamente a un futuro dictador, un líder potente que arrastraría a las masas inflamándolas desde lo más profundo de sus emociones y necesidades íntimas, como describiría el sociólogo y psicoanalista judío alemán Erich Fromm en El miedo a la libertad de 1941. La población, desencantada por la pérdida de la guerra, había perdido sus referentes en liderazgo, además de encontrarse sumida en una profunda crisis económica. En esa tesitura la aparición de un líder fuerte como Hitler, aunando objetivos e ilusiones de ser una raza superior, presentando un chivo expiatorio, el judío, al que culpar de todos los males, impacta en la línea de flotación de una sociedad desesperanzada y anímicamente enferma. Lo necesitaban, así que se hicieron ciegos a todo lo que les indicaba que algo iba mal en ese liderazgo. Solo a posteriori reconocen con vergüenza lo inaceptable e inhumano de las posturas.


Pero eso es algo difícil de ver cuando estás inmerso en la satisfacción de tus propias necesidades primarias, en medio de una enorme disonancia cognitiva, como explicará el psicólogo social estadounidense Leon Festinger en 1957. En esas situaciones las personas dirigen su atención selectivamente a aquello que confirma lo que desean que sea cierto, en una especie de sesgo de confirmación. Algo similar a lo que sucede con el denominado en psicología de la percepción efecto túnel o visión en túnel, por el que en una situación extrema como estar encañonado por un arma, es lo único que se aprecia. Explica la dificultad de ciertos testigos a declarar sobre escenas o detalles de un evento cuando han estado sometidos a un considerable estrés, y es también un elemento para considerar por los agentes actuantes en un accidente de tráfico y que se enseña en las escuelas de Protección Civil. Las personas que se detienen a ayudar a un accidentado con frecuencia retiran su atención de os elementos adyacentes, y son a su vez arrolladas por otro vehículo, por lo que lo primero que debe hacer el que asiste es asegurar la zona, al accidentado y a sí mismo, a fin de no convertirse en otra víctima.


De esta manera, las necesidades insatisfechas y desconocidas a nivel más o menos consciente, nos impulsan a llenarlas en una búsqueda de plenitud, y muchas veces lo hacemos con cosas que creemos que llenan ese vacío, cuando son en realidad meros distractores de nuestra más profunda realidad. A veces son personas ajenas a nosotros las que se aprovechan de ese desequilibrio; otras veces es la propia persona quien lo llena de sustancias como el alcohol, las drogas, la comida, u otros hábitos adictivos como el juego, las actividades de riesgo o el sexo.


Estos sesgos cognitivos, muy vinculados a las necesidades emocionales, las más de las veces inconscientes, son percibidos en ocasiones por los líderes, que en función de su particular naturaleza lo utilizarán para ayudar al prójimo o para servirse de él en su propio beneficio. Así las figuras que sirven de modelo a otros, como es también el caso de los docentes, pueden moverse en un amplio espectro, como expone el modelo del espectro magnético personal (Barrios, 2016).


No confiar en las personas que toman las decisiones de la sociedad es una enorme contradicción, y a mi entender algo sobre lo que hay que trabajar en profundidad. Hay países en los que la confianza en los cargos políticos es mayoritaria, podríamos aprender de sus modelos y tratar de adaptarlos a nuestra idiosincrasia. Hoy situaciones como el descrédito, la desafección política y la falta de credibilidad en las instituciones alimentan los extremismos, haciendo a las sociedades vulnerables a liderazgos que conecten con sus puntos débiles. Pero esta confianza solo se sostiene a corto plazo, porque desgasta, y quizá por ello impera hoy una pérdida de confianza en los líderes políticos detectada por varias instituciones como la Organización Mundial de la Salud o la agencia consultora estadounidense de relaciones públicas y marketing Edelman (Figura 12) (OMS, 2020; Edelman, 2020; Google, 2020), que muestra como la mayor confianza se deposita en los científicos.



Figura 12. 2020 Edelman Trust Barometer. (Edelman, 2020, p. 17). Recuperada de: https://www.edelman.com/trust/2020-trust-barometer


CIENCIA y TECNOLOGÍA


La pandemia ha puesto el foco sobre algunos aspectos crecientes, casi vertiginosos, de la realidad como la Inteligencia Artificial, las fake news, las predicciones matemáticas o el esfuerzo titánico de los sanitarios. Los paradigmas en ciencia son modelos válidos hasta que son superados por otros con una capacidad explicativa mayor, pero no necesariamente invalidan los anteriores, que pueden seguir vigentes. Es lo que sucede con la física newtoniana, la teoría de la relatividad y la física cuántica. Pueden coexistir durante mucho tiempo mientras se van desarrollando las posteriores. Una de las cuestiones emergentes a raíz de la crisis del coronavirus ha sido la falta de atención prestada a la ciencia, cuando es nuclear en la solución y prevención de muchos de las amenazas para las que hay que estar preparado. Y de la mano elevan la voz el medioambiente y el planeta, lo sostenible. Los científicos llevan años avisando de las consecuencias catastróficas de la falta de previsión, como lo hicieron con las pandemias, y es después de una crisis cuando han de revisarse con serenidad sus postulados. Sería lamentable que los científicos se vieran castigados con la maldición de Casandra, y como a ella nadie los crea en sus vaticinios pese a decir siempre la verdad (Duarte, 2014). En física es precisa una masa crítica para que una reacción se produzca, como la combustión, por ejemplo, y ese caldo de cultivo, que viene cociéndose desde hace años, puede encontrar ahora un nuevo hervor con el dolor y la desestabilización que ha supuesto esta crisis sanitaria y económica a escala mundial.


Hablábamos de estar ya en la sociedad del conocimiento, que genera valor al transformar la información en conocimiento, lo que se entiende ya un producto elaborado, y genera un nuevo patrón industrial de desarrollo. Ese conocimiento es rentable cuando está codificado y disponible para la obtención de beneficio, cuestiones algunas de ellas ya avanzadas en 1945 por el economista, filósofo austríaco y premio nobel de Economía de 1974 Friedrich Hayek, en El uso del conocimiento en la sociedad, donde expone que el individuo conoce solo una pequeña parte del conocimiento colectivo, lo que ha influido notablemente en proyectos como Wikipedia. Surgen algunas cuestiones importantes, como el uso de los datos, o el problema de desinformación por exceso de información. Hay que reflexionar sobre la credibilidad del elaborador, puesto que al no poder procesarlo todo, la masa deposita su confianza en personas o instituciones que elaboran por él. El conocimiento es un paso más, y así lo contempla la UNESCO, que es la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, y propone una transformación social, cultural y económica en torno al desarrollo sostenible. Los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU tienen implicaciones de tipo ético, no solo económico y ambiental. Lo multidisciplinar impera, no valen compartimentos estancos, el conocimiento es patrimonio de la humanidad.


REFLEXIONES


Lo emocional, tan antiguo como las fases preliminares de nuestro desarrollo cerebral, se manifiesta rector en muchas de las decisiones que tomamos, que luego argumentamos o justificamos con toda una serie de razones. Los valores muestran su ausencia en silencio, en un vacío doliente que busca sentido. Los problemas de las organizaciones desde hace años siguen siendo los mismos porque en su esencia la naturaleza humana sigue siendo la misma, es la causa de los conflictos y también en ella está la solución. Porque el poder no solo es atroz, también es magnífico. El reto es global, la condición humana común, el conocimiento plural. Si la humanidad está apuntando a un nuevo paradigma basado en valores no va a imponerse de repente; el ritmo de las cosas es rápido y el de las personas y culturas es lento; exigir rapidez a lo humano es en cierto modo cosificarlo, hay que construirlo por medio de la educación y trabajarlo, y un día genera armonía y se ven los resultados, como en un grupo musical o un equipo deportivo.


El kintsukuroi es un arte japonés por el que cuando un objeto se rompe, en vez de tirarlo se restaura aplicando laca de oro sobre las juntas (Figura 13); se reconstruye sobre las heridas en vez de negarlas, se reconcilia con las faltas cometidas aprendiendo de ellas. Hacerlo sobre el dolor del COVID-19 puede crear una belleza sabia, un paradigma sostenible sobre el que seguir funcionando, aprendiendo de los errores del pasado y del presente, y preparándonos para los del futuro.



Figura 13. Kintsukuroi. Por Ignacio Villaseñor Saldaña, 30/10/2017. Recuperada de: http://workspot.mx/2017/10/30/kintsukuroi-ensenanzas-arte-japones-emprendedores/


Parece que las cosas giran en torno a los valores y a lo sostenible, pero no solo en lo medioambiental, las cosas han de ser sostenibles en todas las áreas de la vida, y el papel del hombre es nuclear en estas decisiones, vemos lo antrópico como debilidad o como fortaleza.


Y en todo ello el papel de la educación, pero a largo plazo, porque la madurez que no enseñamos hoy a los niños, la arrastrarán en su vida de adultos si no son capaces de ser autodidactas, transmitiendo inmadurez a su vez a sus propios hijos. Hay que trabajar desde niños para ser mejores padres. Educación, porque la ignorancia sale más cara que el conocimiento, y educar en pequeño reduce recursos, que se dedican a luchas internas en vez de un objetivo común.


Reflexionamos también sobre ser depredador o colaborador. No niego que la competitividad sea estimulante, pero la sinergia es mucho más rentable. Pérdida de valores asociada al declive de una sociedad lleva a incertidumbre y sensación de vacío.


Sabemos que los vaticinios catastrofistas no se cumplen muchas veces, ni siquiera al ser vaticinados por científicos, pero también es cierto que otros que sí lo hacen pasan desapercibidos y sobreviene una crisis como la del 2008 o la actual pandemia. El efecto de la observación, como el principio de incertidumbre, puede cambiar la consecuencia, lo que significa que está bien revisar los vaticinios por agoreros que sean, y afinar la puntería de las medidas, que mirar hacia otro lado por creer que no hay solución, no es solución.

Empezaba con la cita de Santayana sobre la necesidad de conocimiento. Terminaré con una cita apócrifa que se atribuye a Mark Twain, “la historia no se repite, pero rima”. Somos los creadores de esa melodía. Aunque no sea por ética o moral, la investigación nos muestra que lo no sostenible deviene en colapso, antes o después, con mayor o menor dolor, en amplitud de áreas de la vida. Parece razonable aceptar un paradigma que por lo demás parece evidente y se viene reclamando desde distintas disciplinas e instancias desde hace años, medioambiental, social, económica… un Paradigma Sostenible.


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[1] Consuelo sería para nuestra debilidad que las cosas pudiesen restablecerse tan pronto como quedan destruidas; pero sucede lo contrario: el desarrollo es lento y rápida la ruina (Séneca, 1884, p. 370). [2] Armas, gérmenes y acero, publicada en 1997, argumenta que la hegemonía occidental sobre el resto de las culturas se debe a una conjugación de factores biogeográficos: agricultura, domesticación (y la consecuente inmunización a ciertas enfermedades) y disposición de ejes continentales, y factores tecnológicos, en una sociedad estructurada. Argumenta que la ventaja europea sobre india y China es pluralismo social intermedio entre ambas. [3] Es inusual encontrar una investigación sobre los mismos sujetos prolongada durante tantos años, lo que le da un gran valor.

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